La ciudad de Calafate, situada en el corazón del terreno patagónico, fue antiguamente poblada por la comunidad Tehuelche. Esta comunidad indígena poseían una cultura rica en leyendas y mitos que daban cuenta de la creación y surgimiento de las especies naturales de la región, y hasta del mundo en sí.
Una de las leyendas más famosas de esta localidad es la que narra el origen de la planta del Calafate, una especie de arbusto espinoso, de frutos comestibles y flores amarillas. Antiguamente al llegar el invierno la comunidad y los animales emigraban al norte en busca de comida y de temperaturas más templadas. Según la creencia tehuelche, la anciana hechicera de la tribu llamada Koonex, estaba vieja y agotada y no podía emigrar junto a los demás miembros de la comunidad. Resignada aceptó detener la marcha y permanecer allí. Para protegerla, las mujeres confeccionaron un toldo con pieles y le dejaron leña y alimentos para que pudiera subsistir. Al tiempo, con las primeras nevadas hasta los pájaros se fueron dejando sola a Koonex. El tiempo pasó y la zona se cubrió de un silencio abrumador, hasta que llegó la primavera. Las flores aparecieron y los pájaros regresaron. De pronto la voz de la anciana se hizo presente, cuestionando a las aves ¿por qué la habían dejado sola?, ellas respondieron que la falta de alimento y protección las obligó a emigrar. Ante esto Koonex respondió que de ahora en adelante ya no debían irse, que tendrían alimento en otoño y buen abrigo en invierno. El viento corrió el toldo y la anciana ya no estaba, sólo había una mata amarilla con flores y unos frutos comestibles deliciosos. Las aves que lo probaron regresaron a la zona y nunca más la abandonaron. De allí surge la frase popular “el que come calafate, siempre vuelve”.
Otra leyenda popular que aún los lugareños cuentan es sobre la creación del paisaje y entorno natural de la ciudad. Kooch, una deidad creadora del universo, fue quién abrumado por la soledad y la oscuridad creó al sol (Xaleshem), al viento (Xóchem), las nubes (Teo), los truenos (Katrú) y relámpagos (Lüfke) y además modeló las montañas. La calma reinó en la tierra hasta que Tons, la oscuridad, acechó la isla de Kooch amenazando a todos. Nóstex, el malvado hijo de Tons rapto a Teo y engendró a su hijo, el semidios Elal. Al enterarse del rapto, Kooch lanzo un conjuro que convertía a Elal en una criatura más poderosa y bella que su padre. Nóstex, enfurecido por la supremacía que tendría su hijo abrió el vientre de Teo para arrancar a Elal, pero afortunadamente el niño sobrevivió. La sangre derramada por Teo cubrió al sol, marcándolo para siempre de este color. Esta es la razón por la cuál los atardeceres y amaneceres poseen ese tono rojizo tan característico.
La leyenda no termina ahí. Elal pasó toda su infancia huyendo de su padre Nóstex quién quería derrotarlo. Pero pudo sobrevivir gracias a la ayuda de las aves y animales que lo acompañaron y protegieron para que pudiera refugiarse y crear a los hombres. Terr-werr, un tucutuco convocó a una reunión con todos los animales para ayudar al niño. El chorlito avisó que al otro lado del Chaltén, el pequeño podría refugiarse sin que su padre lo encuentre. El pecho colorado era un ave negro que se ocupó de distraer a Nóstex hacia otro punto, aunque terminó herido por una estaca que el ogro arrojo al pájaro. Producto de esa herida el ave conserva su pecho colorado. El cisne transportó a Elal hacia el refugio, y el flamenco le tendió una trampa al malvado Nóstex retardando su llegada a la reunión. Compensadolo por su nobleza, Elal le regalo ese color propio del horizonte.
La cultura tehuelche dejó a la Patagonia un tesoro increíble en leyendas y mitos. Estas son sólo las más populares del Calafate.
putin
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